En 1987 la Revista BANDA ROCKERA publicó este testimonio de Gonzalo sobre el Rodrigo. Entre los papeles de Gonzalo que nutren este Crisol no hay ningún registro de este testimonio; no tengo el ejemplar de la Revista, ni el borrador del texto, que parece más algo surgido de una plática, un tanto deshilvanada y profundamente espontánea.
Afortunadamente, Eli Díaz de León me lo envió y, ubicando la referencia de la Revista, hay una página en Angelfire que también la transcribe completa. Mil gracias, Eli, por rescatar este escrito.
“Rodrigo era indisciplinado”
Testimonio de Gonzalo Rodríguez para la Revista BANDA ROCKERA
1987
Rodrigo y yo nos conocimos desde niños y más en la secundaria, allá en Tampico, éramos pues de la misma camada; en la preparatoria nuestra relación se hizo, del compañerismo a la amistad, y a trabajar juntos. Colaboramos para una publicación de esas mimeografiadas y que hoy se hacen llamar fanzines. Lo hacíamos entre varios amigos con diversas inquietudes en la creatividad; el grupo lo formábamos, toda la raza, pero principalmente Celestino González, Boris Luengas, ¡muy buen cuentero! Y Roberto Treviño, como director.
Por los días en que iba a Jalapa, a la Universidad, estrechamos más nuestra amistad y después, al regresar. Y con Edmundo Font iniciaríamos el grupo Siglo XXI, que sería una forma de taller de poesía pero que maduraría como grupo interdisciplinario; trabajábamos en base… a la importancia… se apoyaba pues, en la poesía. Y experimentábamos las diversas maneras de expresarla, en lo teatral y lo musical. Con ese grupo nos presentamos por montones de lugares por todo el estado de Tamaulipas. Era un mundo de locos inquietos; no teníamos foros ni fondos y, más bien arañando de aquí y de allá, lográbamos hacer cosas.
Terminamos trabajando juntos para algo que se llamó más o menos, Teatro Independiente Zeus, para una obra, Kean; de Alejandro Dumas, pero adaptada por Jean-Paul Sartre. Esa vez participaríamos sólo como actores, Rockdrigo hacía el papel de anunciador y saltimbanqui, ¡era un papel comiquísimo!. Nos divertíamos mucho en esa época.
Luego, cuando él se viniera a México, tanto la primera – que hasta llegaría para vivir en mi departamento, por largas temporadas -, y por nuestro taloneo por la ciudad; tocábamos por todas partes, o como pareja de complemento, para requintear y sostener; por la primera época, por el 75-76, más que nada cantábamos versiones que se hacía a rolas clásicas, por ejemplo, Sitting on the Fance, de los Stones, o bien, de Dylan; las interpretábamos en español, por supuesto, además de lo que era más nuestro, tanto de su parte, como de la mía, y ya combinados, en la improvisación… y con lo que se nos ocurría al momento
Lo de la Sala Manuel M. Ponce, fue algo así como – quién sabe qué sería – pero el caso era que parecíamos un grupo, que no lo era; éramos cuatro músicos y, la cosa es que cada uno iba a aportar una obra, una rola y, al tiempo que los otros la enriquecerían, le apoyaríamos, con ideas y tocando instrumentos. Pablo haría algo sobre el Periférico; el Oliverio sacaría una rola sobre el “Despertar al hombre”; Rockdrigo se lanzaría con una suite. “Ya no juego”, me encajaría perfectamente en lo que muy bien él denominaría Huapango Blues. Yo hice “Historias al Sol”, no sé qué sería lo mío, nunca me he puesto a catalogarla, a no ser decir que fue “una canción”.
Rockdrigo y yo la rolamos juntos muchas veces, en algunas ocasiones por largas temporadas, siempre dentro de la música, para tocar en las calles, en los parques, o en foros como teatros y auditorios. Otras veces, en que dejábamos de vernos, nos juntábamos para alguna cosa especial. Luego, seguido nos juntábamos en mi casa, sólo para tocar y cantar por el gusto de hacerlo. Nunca compusimos juntos ninguna rola en particular y más bien, lo que hicimos fue mucha improvisación; cuando nos juntábamos para “ensayar”, cosa que hacíamos muy seguido, nos pasábamos las horas toque y toque, cante y cante, por noches enteras: siempre teníamos la idea de juntarnos, para ensayar alguna rola en particular; pocas veces lo hacíamos, la tocábamos un ratito y terminábamos… improvisando.
A mí me gustaba mucho la experiencia de trabajar con él, porque lo hacíamos de tal manera, en que nos dábamos oportunidad a que cada uno manifestara en su propio sonido, o sea, que así teníamos dos y, ya conjuntamente, lográbamos un tercero; me gustaban mucho esos resultados, ninguno de los dos sobresalía, era algo conjunto.
Me sacaba de onda con su indisciplina, claro que ésta, siendo de ambos, se podía pasar, pero él… él era en extremo. Rockdrigo era como se expresa en sus canciones; él muestra cierta inseguridad, pero ésta es sólo al principio: como en una rola el compositor se desnuda, pero poco a poco, al subir una y otra vez a los foros, terminas por perder el pudor. A Rockdrigo le dio la seguridad la propia calle, eso le daría su más grande experiencia.
Rockdrigo era un hombre irónico; lo fue desde niño; era muy desordenado, pero también era un hombre neto, muy directo; era muy anárquico, pero en la medida íntima en que lo exige la creatividad, la búsqueda.
Su primer interés era la música, pero dándole un sentido a la temática y esa misma anarquía le llevaría a la pintura, a desarrollar inventos, a fabricar juguetes, a hacer esculturas efímeras; a veces sólo usaba plastilina para sus trabajos, chácharas… en realidad a Rockdrigo no le importaba mucho la permanencia.
“A su muerte y todavía… siento mucho la pérdida del gran amigo…”
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